El primer paso para tratar los sentimientos consiste en reconocerlos en cuanto aparecen. El agente de este proceso es la conciencia. Por ejemplo, en el caso del miedo el primer paso es poner en funcionamiento vuestra conciencia, observar el miedo y reconocerlo como tal. Notaréis cómo el miedo brota de vuestro interior, pero también la conciencia radica ahí. Ambos están en ti y no se enfrentan, uno cuida del otro.
El segundo paso es asumir que el sentimiento y nosotros somos uno. Es negativo decir: «Márchate, miedo. No me gustas. No formas parte de mí.» Es mucho más efectivo decir: «Hola, miedo, ¿qué tal estás hoy?» Y luego podemos invitar a los dos aspectos de nosotros mismos, al miedo y a la conciencia, a darse la mano como amigos y a ser uno. Actuar de ese modo puede parecer horroroso, pero como ya sabemos que somos mucho más que el mero miedo, no tenemos nada que temer. Mientras la conciencia nos asista, esta puede hacerle de carabina al miedo. Lo fundamental es alimentar con la respiración concentrada nuestra conciencia, mantenerla viva y resistente. Puede que ahora mismo vuestra conciencia no esté en forma, pero si la alimentáis no tardará en fortalecerse. Mientras la conciencia esté presente no sucumbiremos al miedo. Efectivamente, empezamos a transformarlo en cuanto la concentración aparece en nosotros.
El tercer paso está en mitigar los sentimientos. En cuanto la conciencia se hace cargo de nuestro miedo empezamos a tranquilizarlo. «Inspirar tranquiliza la actividad de mi cuerpo y mente.» Con el simple hecho de poner la conciencia a su lado ya tranquilizamos nuestros sentimientos, como una madre que cuida tiernamente de su hijo que llora. Cuando el niño siente la ternura de su madre se tranquiliza y deja de llorar.
Por: Thich Nhat Nanh.